La revolución cognitiva que vivió la psicología ocurrió de manera paralela al surgimiento de las Ciencias Cognitivas. A mediados de 1940, el trabajo que se realizaba en disciplinas como las ciencias computacionales, las matemáticas, la lingüística, e incluso dentro la misma psicología, desafiaba la visión dominante en el campo de la psicología en aquella época, el conductismo radical. 

El argumento central del conductismo radical era que la conducta, al ser observable y medible, era el único objeto de estudio válido para la psicología. Por lo tanto, desde esta perspectiva, el estudio de los procesos mentales, así como el uso de los conceptos relacionados con la mente, se consideraban como simples especulaciones sin valor científico. Sin embargo, cada vez era más evidente que estudiar los procesos y los mecanismos subyacentes a la conducta era una tarea necesaria para este campo de investigación. De manera gradual, la psicología fue redefiniendo su objeto de estudio en este sentido, aceptando la integración de los conceptos mentalistas para explicar los datos conductuales.