Redes neuronales y simbólicas:

Accesos a la conciencia y a la percepción


Por Sebastián Dorantes Torres y Diana Laura Palacios Morales

Facultad de Psicología, UNAM

Diciembre 2021

Introducción

La conciencia es el estado mental en donde un ser puede darse cuenta de sus actos; tal posibilidad incluye darse cuenta de sí mismo, esto comprende su propia existencia y por ende su corporeidad, lo cual implica una fase consciente a la que se le conoce como autoconciencia. Será este el momento en el que la conciencia antecede a todos los demás estados mentales. Sin embargo, la consciencia no siempre está presente, hay momentos inconscientes en los que la conciencia no antecede a la percepción, sino que es la percepción la que conduce a un momento atencional que nos conducirá al momento consciente.

Habrá que hacer hincapié en los procesos internos de los que sí somos conscientes debido a su representación corpórea; un ejemplo de ello son los estados fisiológicos, tales como las sensaciones y emociones. Sin embargo, como se mencionó en el párrafo anterior, hay momentos en los que la percepción impera debido a la inconsciencia presente, tales momentos están regidos por procesos bottom-up, por lo que se tendrá que averiguar cómo se reinvierte esto.

Una vez revertido este proceso, aquello que nos permite representar e interpretar lo que percibimos y sentimos al estar conscientes, son los símbolos, pues gracias a ellos le podemos dar sentido a lo que percibimos. Así mismo, es la misma red simbólica la que permite pasar del estado de percepción al momento consciente; esto se debe a que los símbolos también poseen un carácter propio de interpretación y significación en conjunto con la experiencia previa, por lo que son momentos caracterizados por procesos top-down. Proponemos que el estudio de lo simbólico de las percepciones conscientes o inconscientes, internas o externas al cuerpo, será aquello que nos permitirá obtener aproximaciones más unificadas.

Imagen de uso libre reinterpretada por lo autores del texto como la existencia del ser al permitir que su conciencia se impregne de su ambiente.

¿Qué es la conciencia?

Definir la conciencia no es algo sencillo, pues habría que recoger una basta cantidad de autores que, a partir de Descartes, han tratado de retratar lo que para ellos significa dicho estado mental. Pero si buscamos algo en lo que están de acuerdo los autores, es que al definir a la conciencia, se desprende un lugar ontológico para conocer en qué lugar y momento se encuentra el yo respecto a la consciencia.

Será precisamente desde el punto de vista Cartesiano, en donde todos los estados mentales son estados conscientes, sin embargo también existen estados mentales que son inconscientes; esto se debe a que “los estados conscientes son simplemente estados mentales de los que somos conscientes de estar en ellos” (Rosenthal, 1985, p.335).

Es por esto que para David Rosenthal, los estados mentales tienen dos propiedades: intencionales y sensoriales. A partir de esto, el autor les define como “aquellos estados que poseen intencionalidad o cualidad fenoménica” (Ibid, p.333). La conciencia cumple con ambas propiedades porque podemos percibirla y utilizarla para ir más allá, ir hacia segundos pensamientos en donde habitan otros estados mentales, incluso donde la consciencia misma habita, pero en otra forma que descubriremos un poco más adelante.

Pero desde este punto, podemos reconocer la importancia de la consciencia, en tanto estado mental precursor de los demás, más allá de que esté presente en la mente en ese momento o no. He aquí la razón de porqué para los filósofos, el yo tiene como esencia a la conciencia, por lo que cabe cuestionarse de qué manera llegamos a ser conscientes de nosotros mismos, es decir: cuando nos volvemos seres que son conscientes de su consciencia.

Para resolver esta disyuntiva, tomaremos el planteamiento del célebre filósofo: Georg Hegel; pero lo haremos a partir de la explicación del profesor Gabriel Leiva para un mayor entendimiento. “Para Hegel, la conciencia es una certeza sensible que se caracteriza por creer que lo verdadero es aquello que se capta de modo inmediato... [Esto significa que] se cree que hay un yo (este) y algo exterior a él (esto) ubicados en un espacio-tiempo (aquí-ahora), nada más” (Leiva, 2020, p.17). Así que al llegar al momento en que la consciencia entra en movimiento para desprenderse del aquí y el ahora del sujeto que capta la conciencia, será entonces en donde se encuentre con la percepción. Ésta permite identificar las propiedades de las cosas, así como todo aquello que no le caracteriza; Hegel nombró a esta capacidad como coseidad. Y es en esta posibilidad, y en esta certeza de la toma de conciencia, en la que el yo reconoce los actos en los que se vuelve partícipe, incluída la percepción de estímulos y del mundo que le rodea; es por ello que para John Locke, otro célebre filósofo, es imposible que alguien perciba sin percibir que percibe.

Los filósofos no han sido los únicos que han buscado desentrañar el misterio de la consciencia humana, también los neurólogos se han esforzado al estudiar las estructuras cerebrales con la esperanza de encontrar el lugar de la conciencia, pero esta vez contenida dentro del cerebro. Ante esto, García (2011) define a la conciencia como la propiedad de algunos estados o sucesos mentales que implican poseer propiedades fenoménicas las cuales nos permiten percibir el mundo externo, determinando la manera en que son percibidos de manera interna y externa, producto de la unificación del sistema nervioso central.

Gracias a complejos procesos neuronales de trasmisión y procesamiento, emerge la experiencia consciente que tenemos y que se vale de otros procesos asociados a la memoria y al reconocimiento previo. Finalmente, la experiencia consciente modula la acción, la cual retroalimenta lo que experimentamos momento a momento. Dichos procesos neuronales pueden ser mejor comprendidos a partir de la siguiente explicación del profesor Forigua:

“Millones de conexiones neuronales en la corteza cerebral y otras regiones del encéfalo son responsables de producir la experiencia consciente que tenemos al entrar en contacto con el mundo. La organización y complejidad de estas conexiones permiten representar en diferentes regiones propiedades del ambiente que captamos por cada uno de los sentidos” (Forigua, 2018, p.15).

Tomando en cuenta que epistemológica y ontológicamente la conciencia se encuentra en diferentes espacios, habrá que tener en mente los diferentes niveles de cognición que posee este estado mental, así como sus límites. En el momento en el que una persona entra en un estado inconsciente, ¿qué es lo que sucede? ¿Aún sigue siendo consciente de lo que está percibiendo? Para responder a esta pregunta tendremos que dirigirnos hacia otro nivel de la conciencia: la autoconciencia.

Autoconciencia pre reflexiva

La conciencia se encuentra intrínseca en cualquier experiencia consciente, en donde no se necesita hacer uso del lenguaje para denominar que nosotros mismos somos quienes estamos experimentando cierto fenómeno, es decir, se encuentra en el lugar del no lenguaje. Esto se debe a que ya no existe un “yo” de por medio al momento de experimentar dicho fenómeno, es decir, no se requiere de ningún estado mental superior, teniendo así un tipo de consciencia que le antecede, a la cual se le denomina autoconciencia. En otras palabras: la autoconciencia es ser consciente de que eres consciente. Vygotsky ilustra la autoconciencia a través de un ejemplo que resulta ser preciso:

“Acabo de hacer un nudo; lo he hecho de modo perfectamente consciente, sin embargo no puedo explicar cómo lo he hecho, porque mi conciencia estaba centrada en el nudo, más que en mis propios movimientos, el cómo de mi acción. Cuando esto último se convierta en el objeto de mi conciencia, me habré hecho plenamente consciente” (Vygotsky, 1995, p.148).


Retomando a Hegel, en el momento en el que la conciencia se encuentra consigo misma, es cuando también se vuelve objeto y sujeto de sí misma: “la conciencia se ha topado aquí con que ella, ahora, es su objeto...conciencia es autoconciencia” (Leiva, 2020, p.27). De tal manera que ahora la conciencia se autoreconoce, tomando por inmediatez verdadera a ella misma, dándole la posibilidad de diferenciarse de lo otro al negar todo aquello que la conciencia no es.

El célebre investigador Antonio Damasio es retomado por el neurólogo Grande-García (2011) para plantear una postura que no difiere mucho de la propuesta hegeliana, pues para ambos autores esta experiencia es subjetiva e inmediata al saber que la experiencia me pertenece y precisamente soy yo quien la está vivenciando en un cuerpo que de igual manera es de mi pertenencia; dicha corporeidad es impactada por los estímulos que se presentan en el mundo del que formamos parte, ya sean de índole externa o interna. Esto es lo que le da el carácter de autoconsciencia a toda experiencia.

Como seres humanos pensantes, reflexivos y capaces de atender nuestras propias experiencias, también somos capaces de llevarlas a un plano de autoconciencia reflexiva, sin embargo, antes de que se lleve a cabo esta capacidad, las experiencias que vivenciamos ya se encuentran presentes en nosotros, a lo que lo filósofos llaman esta clase de autoconciencia como pre reflexiva.“La conciencia pre-reflexiva es entonces, un estado mental consciente internamente diferenciado, el cual posee un elemento que está referido a sí mismo” (Ortíz, 2019, parr.12).

Fotografía tomada con el consentimiento del autor anónimo. Reinterpretada por los autores del texto como los matices y extravagancias de la conciencia.

Automonitorización como un proceso inconsciente

(bottom-up/vías aferentes)

Los seres humanos nos encontramos en un incesante movimiento debido a la interacción constante que tenemos con el mundo que nos rodea, permitiéndonos cubrir ciertas necesidades biológicas, sociales y culturales. Es a través de las representaciones que se generan mapas que construye el individuo a la hora de buscar cubrir dichas necesidades, permitiéndole desarrollar una conducta exitosa. Es por esto que para Zamora (2020) tanto el mapa del entorno como el mapa del propio organismo tienen que ser lo suficientemente precisos para que la interacción entre el organismo y el entorno sea lo más adecuada posible.

Esto es posible, en gran parte, gracias a que nuestro Sistema Nervioso es el encargado de la coordinación sensorial, la cual tiene la tarea de mantener el funcionamiento adecuado del organismo (por medio de procesos internos como la homeostasis y alostasis), logrando así la interacción interna y externa a través del mecanismo de automonitoreo, el cual sucede, en gran parte, de manera inconsciente.

Fotografía tomada por una autora del texto a un mural con diversos símbolos que pueden ser reinterpretados por el espectador.

Es gracias a nuestro mecanismo de automonitoreo del sistema motor, que nos es posible inferir las consecuencias sensoriales de nuestras acciones respecto a la estimulación sensorial producida en el interior y exterior: a esto se le conoce como interocepción y exterocepción, respectivamente.

Será precisamente la experiencia autoconsciente aquella que presenta características fundamentales a la hora de concebir la experiencia propia, por lo que, será nuestro sentido de agencia el que nos permite percatarnos de que somos seres detonantes de que se lleven a cabo acciones, tales como el movimiento y el pensamiento. Pero también ocurre que los movimientos de nuestro cuerpo pueden ser causados por un agente externo, por lo cual existe un sentido de propiedad al que estamos sujetos. Es a partir de este sentido que nuestro cuerpo es consciente de que se mueve y por lo tanto, de que percibe al ser constantemente afectado por estímulos exteriores e interiores.

Aquí se dan los procesos bottom-up, dichos procesos son conocidos debido a que “están guiados por información sensitiva procedente del entorno físico” (Smith, 2018, p.57). Es debido a esto que el sistema motor es capaz de representar ciertas partes de nuestro cuerpo, así como formas de interactuar con su medio externo; esto sucede con la finalidad de optimizar las funciones motoras, lo cual es posible a través de los modelos internos (sentido de agencia y de pertenencia), quienes permitirán representar tres estados del sistema motor: actual, deseado y anticipado. Un modelo inverso permitirá que se ejecute la acción deseada a llevar a cabo al proporcionar comandos motores. Por otro lado, el modelo directo, envía una copia eferente a los músculos con la finalidad de predecir las consecuencias sensoriales de la acción motora llevada a cabo.

Complementando lo anteriormente declarado, el maestro Israel Grande, autor de una tesis sobre una teoría de la autoconsciencia, explica que:

“Las consecuencias sensoriales que se anticiparon se comparan entonces con la realimentación sensorial (o referencias) de la acción real. Nuestro cerebro puede anticipar correctamente las sensaciones autoproducidas sobre la base de los comandos motores, y en consecuencia habrá poca o nula discrepancia sensorial resultante de la comparación entre la realimentación sensorial anticipada y la realimentación sensorial real. De haber congruencia en esta comparación, entonces tendremos una sensación subjetiva de que la acción es nuestra y de que nosotros la generamos. En contraste, las sensaciones generadas externamente no se asocian con ninguna copia eferente y por ello no pueden ser anticipadas por el modelo hacia delante, por lo que producirán un elevado nivel de discrepancia sensorial” (Grande, 2011, p.53).


Hasta este punto ya hemos visto cómo el Sistema Nervioso es capaz de percibir estímulos internos de manera autoconsciente, pero ahora toca resolver cómo se da este proceso cuando el estímulo proviene del exterior. Nuevamente apelaremos al procesamiento predictivo, pero esta vez será en compañía de Gordon et. al., quienes establecen que la capacidad que tiene el cerebro para inferir las causas de sus sensaciones se debe a su facultad para incorporar la estructura estadística del entorno dentro de un modelo generativo que describe la estadística jerárquica y dinámica del mundo externo. Aquí radica la importancia de la percepción, es por ello que para estos mismos autores, “la percepción no es un simple mecanismo bottom-up de procesamiento progresivo de la entrada sensorial... [sino que] la percepción es posible gracias al procesamiento de la información sensorial en el contexto de la información” (Gordon et. al., 2019, pag 1).

Para que se vuelva más claro cómo es que este proceso se lleva a cabo, planteamos un ejemplo muy famoso al respecto: “El efecto de la fiesta”, en donde si alguien al conversar con otras personas menciona tu nombre al otro lado de un salón lleno de gente, lo oirás a pesar de que el resto de la conversación haya sido inaudible para ti y tú estés concentrado en otra actividad (Prinz, 2010). Al escuchar nuestro nombre entramos en un momento de atención que nos lleva a la conciencia, “esto ocurre con estímulos que tienen un significado personal” (Ibid, p.5).

A pesar de que nuestro nombre fue un estímulo inesperado que se dio en una situación de difícil detección, lo escucharemos debido a que este objeto está profundamente cargado de significados para nosotros: el nombre nos reconoce como individuos, nos caracteriza y nos diferencia de los demás. A pesar de que se encuentra oculto en la consciencia, el nombre nos regresará al estado consciente. Esto nos da pauta para pasar a la segunda parte del texto, en donde nos daremos cuenta cómo son precisamente los símbolos los que nos permiten volvernos conscientes de nosotros mismos.

La mediación simbólica como generador de conciencia

Además de lo ya visto, el Sistema Nervioso necesita de un apoyo para volverse consciente de la parte interna y externa, siendo precisamente en la parte externa el segundo lugar en donde se puede encontrar la posibilidad de consciencia, posibilidad que es otorgada por las redes simbólicas que habitan en la cultura. Esta es la continuación de los procesos internos, es la segunda parte de la conciencia.

A pesar de ser conscientes de nuestra corporeidad, no somos conscientes de la interacción que tenemos con el mundo hasta que le damos un sentido a través de las redes simbólicas, esto se debe a que precisamente estas interacciones son mediadas por símbolos, los cuales habitan en las redes simbólicas: éstas son complejas entramaciones de símbolos, quienes, en palabras del célebre sociólogo y filósofo Ernst Cassirer, “forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la experiencia humana” (Cassirer, 2016, p.26). Es por esto que para Le Breton, “toda interacción implica códigos, sistemas de espera y de reciprocidad a los cuales se someten los participantes sin ser conscientes de ello” ( Le Breton, 2018, p.37). Por lo tanto, habrá que averiguar de qué manera pasamos de ese estado de percepción inconsciente, a un estado consciente de percepción, y será de hecho el mismo Cassirer, el que nos ayude a resolver esta cuestión.

Pero antes de abordar a este pensador prusiano, retomemos por un momento a Hegel. Él enunció que el ser humano se enfrenta de manera inmediata a la realidad, tomándola como lo verdadero. En sentido opuesto, Cassirer afirmó que “el hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato...[esto se debe a que el ser humano] se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial” (Cassirer, 2016, p.26). Esto nos indica que el ser humano sólo se puede conocer a través de sus obras, a través de los símbolos.

Fotografía y antotipia realizada por una autora del texto para representar las redes simbólicas que poseemos en tanto individuos en la búsqueda de representarnos y reconocernos como tal.

“La conciencia está mediada simbólicamente, hasta el punto de que incluso la percepción entraña un elemento originariamente simbólico” (ef. Gutierrez-Pozo, 2008:47 como se citó en Cassirer, 1929, p.267-272). A diferencia de Hegel, Cassirer pone de lado al sujeto para colocar en su lugar al símbolo, siendo éste el mediador entre sujeto y objeto, el cual no es representado, sino significado. De tal manera que todo lo inmediato será dado por la mediación del símbolo con la realidad a partir del proceso llamado semiosis, por lo tanto no habrá un enfrentamiento directo con la realidad. Esto nos indica que esa mediación es lo que nos volverá conscientes del mundo, a las redes simbólicas: el ser es un ser constituido por la mediación de las formas simbólicas. El símbolo es el ser.

Tomando en cuenta el planteamiento fenomenológico de Cassirer podría surgirnos la preguntá ¿de qué manera la entrada al mundo simbólico y su posibilidad de volvernos conscientes, puede relacionarse con las funciones inconscientes que ocurren internamente? Inicialmente planteamos que la manera en que percibimos es posible gracias a nuestros sistemas cerebrales, manejando así una postura puramente neurológica. Por lo que tomaremos en cuenta el planteamiento del antropólogo mexicano Roger Bartra para responder esta pregunta y unificar lo interno con lo externo. Bartra propone un sentido adherido en el cual alude a los circuitos extrasomáticos de carácter simbólico y lingüístico, proporcionados por el ambiente cultural, al cual denomina exocerebro. Los símbolos permitirán al humano conocerse a través de la resignificación, con lo cual podrán darle sentido a sus propias experiencias perceptuales dentro de un contexto específico, permitiendo que el carácter de ambigüedad, presente en el percibir, desaparezca: estamos ante un proceso conocido comotop-down.

Los procesos top-down son aquellos que “buscan activamente y extraen información sensitiva, y están guiados por nuestro conocimiento, nuestras creencias, expectativas y objetivos” (Smith, 2018, p.57). Es por esto que Bartra propone que los sistemas simbólicos sirven a modo de una “prótesis cultural” que le permite al Sistema Nervioso adaptarse a los nuevos cambios del ambiente, esto es percibir nuevos estímulos, algo vital para los procesos bottom-up. En palabras de Bartra:

“Esta prótesis puede definirse como un sistema simbólico de sustitución que tendría su origen en un conjunto de mecanismos compensatorios que reemplazan a aquellos que se han deteriorado o que sufren deficiencias ante un medio ambiente muy distinto, para lo que nuestro organismo ante tal carencia siente la necesidad de sustituir los recursos faltantes que le puedan proveer un estado propicio por mecanismos simbólicos y cognitivos” (Bartra, 2014, p.19).

Esta prótesis cultural que permite la adaptación ambiental, es dada en gran parte gracias a la plasticidad cerebral, la cual usualmente se caracteriza por ser un proceso en el que la actividad neuronal es capaz de fortalecer ciertas conexiones sinápticas al momento de producirse actividad en la terminal presináptica y el elemento postsináptico, sin embargo, existen múltiples causas por las cuales se puede dar este proceso, tal y como resultar en consecuencia del aprendizaje. Otro resultado de plasticidad cerebral el cual nos atañe en cuanto a la propuesta de una prótesis cultural, es dado gracias a que ciertos circuitos cerebrales son moldeados debido a su activación o inhibición de acuerdo a la experiencia, siendo el cortisol la hormona mediadora; modificando de esta manera redes neuronales al introducirse redes simbólicas. Para Bartra (2014) los circuitos internos no representacionales se conectan con circuitos culturales altamente codificados y simbólicos, con representaciones semánticas y estructuras sintácticas y con poderosas memorias artificiales. Los circuitos neuronales internos y los procesos culturales externos nos ayudan a tender un puente entre el cerebro y la conciencia. El interior es también exterior. Este proceso se puede complementar perfectamente con diversas formas de plasticidad cerebral.

Conclusiones

Resulta irónico que un ensayo nos pueda revelar cómo, en tanto que somos seres conscientes, tenemos la posibilidad de volvernos autoconscientes, y así mismo poder ser conscientes de que conscientemente leemos - y escribimos - un texto acerca de los umbrales de la conciencia mientras nos encontramos en estado autoconsciente. Sabemos lo rebuscado y confuso que resulta este tema, pero así es como se desenvuelve la consciencia y es lo que sucede cuando se usa el lenguaje escrito para abordar un tema así: estas son las posibilidades que nos ofrece el lenguaje en tanto que nos permite representar símbolos. Es así que nos permite vernos a través de un espejo en donde quedamos frente a nosotros mismos, por lo tanto nuestra conciencia queda frente a ella misma; y este espejo en el que nos reflejamos está constituido por nuestras características fisiológicas y por los símbolos que median esta reflexión.

Desde que Descartes expuso su propuesta dualista, mente y cuerpo han quedado separadas, así como el interior del exterior, quedando epistemológicamente aisladas una de la otra desde entonces. Ante el hecho de que esta noción hoy en día sigue vigente en la comunidad científica, nuestra propuesta no busca resolver el problema del dualismo, pero sí busca proponer una forma de estudio en donde ambos lugares puedan quedar interrelacionados, de tal manera que el uno dependa del otro, y es que así es como funciona el comportamiento humano: la consciencia interna sólo es un nivel de conciencia que requiere ser completada por la consciencia externa obtenida a partir de pertenecer a una a cultura caracterizada por ser compartida. Por lo tanto, al intentar darle sentido a dicho contexto cultural en el que nos vemos envueltos, es que se hace uso de nuestras redes simbólicas que fungen como mediadoras con nuestro contexto al buscar darle una reinterpretación. La consciencia externa es la continuación de la interna en tanto que ambas se encuentran en constante interacción gracias al mundo simbólico.

Pintura realizada por un autor del texto en un cartón reciclado para representar, con diversas simbologías, la continuidad, la inexorabilidad y la perpetuidad del tiempo.

Retomando por última vez a Bartra, éste postula una propuesta con la que también concordamos, pues para él la solución podría encontrarse en un tipo de investigación que no acepte la separación tajante entre el espacio neuronal interior y los circuitos culturales externos, siendo mayormente funcional un circuito prolongado. Para ello, en su interpretación, “habría que pensar que [el cerebro] está metido en una botella de Klein, donde el interior es también exterior” (Bartra, 2014, p.36).

En este camino por intentar interpretar el funcionamiento y la fenomenología del ser, encontraremos ciertas trabas, las cuales no podrán ser explicadas al dejarse llevar por una única perspectiva, cayendo en el reduccionismo. Es por esto que nos resulta más viable pensar en la unificación de la consciencia interna con la externa al cuestionarnos acerca de la manera en que el individuo se desenvuelve funcionalmente en su contexto. Ante esto, los nuevos paradigmas de la investigación entienden la coyuntura que busca resolver la conciencia en su carácter subjetivo, por lo cual nos sumamos a la pregunta de reflexión: ¿Es posible abordar científicamente el objeto de estudio al ser caracterizado por su subjetividad?

Videos Complementarios

Roger Bartra: Antropología del cerebro: una entrevista de una hora de duración, pero muy amena e interesante de escuchar, sobre el libro y la forma de pensar de Roger Bartra.

El empalabramiento del mundo: Lenguaje y símbolo (Cassirer y Duch): el profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Luis Estrada, nos hace una completa y clara explicación sobre la obra de Cassirer, con un pequeño remate sobre la obra de Duch.

Your brain hallucinates your conscious reality, Anil Seth: esta es una charla en donde se toca un tema muy similar al desarrollado en este trabajo, pues Anil Seth nos explica cómo funcionan los procesos internos conscientes e inconscientes en el ser humano.

Crash Course Psychology: en este capítulo se aborda una idea general acerca de los que implica la conciencia y la forma en que trabaja nuestra atención.

Lecturas Complementarias

Gutiérrez-Pozo, A. (2008). La traducción simbólica de la crítica trascendental en la filosofía de Cassirer. Dialnet, 46(119). https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3284910

Bartra, R. (2011). La conciencia: tramas simbólicas entre cerebro y cultura. Ciencia. 62(4).24-29. https://www.revistaciencia.amc.edu.mx/images/revista/62_4/PDF/Conciencia_tramaspdf

Díaz, J. L. (2007), La conciencia viviente, México, Fondo de Cultura Económica. Bermúdez, J. L. (1998), The paradox of self-consciousness, MIT Press.

REFERENCIAS

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Cassirer, E. (2016). Antropología filosófica: Introducción a una filosofía de la cultura (3.a ed.). Fondo de Cultura Económica.

Forigua, J.C. (2018). Atención, Sensación y Percepción. Fundación Universitaria del Área Andina.

Grande García, I. (2011). En busca del yo. Conciencia, 62 (4), 48-56.https://www.revistaciencia.amc.edu.mx/images/revista/62_4/PDF/EnBuscaYo.pdf

Gordon N, Tsuchiya N, Koenig-Robert R, Hohwy J (2019) Expectation and attention increase the integration of top-down and bottom-up signals in perception through different pathways. PLoS Biol 17(4): e3000233. https://doi.org/10.1371/ journal.pbio.3000233

Gutiérrez-Pozo, A. (2008). La traducción simbólica de la crítica trascendental en la filosofía de Cassirer. Dialnet, 46(119).https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3284910

Le Breton, D. (2018). La sociología del cuerpo (1.a ed.). Siruela.

Leiva Rubio, G. (2020). La autoconciencia hegeliana o la necesidad del otro. Thémata Revista de Filosofía, 62, 13–36. https://doi.org/10.12795/themata.2020.i62.01

Ortiz Medina, E. (2019). Conciencia pre-reflexiva y la tesis de la identidad

experiencia/experimentador. Límite (Arica), 14, 0-0. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-50652019000100212 &lng=es&nrm=iso&tlng=es#:~:text=http%3A//dx.doi.org/10.4067/s0718%2D506520 19000100212%C2%A0

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